El niño tenía cara de ya no aguantar y la mamá, aunque el baño público estaba a menos de 50 metros en el propio parque, llevó al pequeño al borde de la calle cercana y ahí mismo lo puso a orinar.
Ante el llamado de atención de una de las cuidadoras del parque que observaba la escena, la madre replicó “qué le pasa a usted, tanta cosa por tan poco, es un niño chiquito, no pasa nada”, y acto seguido puso cara de incomodidad, tomó a su hijo del brazo –que claro ya había terminado- y se fue hablando cuantas “pestes” le venían a la cabeza por el “injustificado” regaño.
¿Tal acción es algo aislado? ¿Ya casi no es normal ver a los pequeños evacuando sus líquidos desechos corporales en cualquier rincón y lugar de día o de noche? ¿No le estamos enseñando a hacer algo que no debe ser permitido a ninguna edad? ¿Los varones no tienen que regirse por las mismas reglas de educación que las damas? ¿Satisfacer las necesidades fisiológicas a plena vista no es siempre una falta de respeto a los demás? ¿Cuántos de esos niños cuando sean adultos no seguirán reproduciendo el mal hábito ya aprendido?
Estas son solo muchas interrogantes que pueden mover la reflexión. Solo digo que las consecuencias la olemos y vemos a diario en los lugares más insospechados, y más allá de que en nuestras ciudades hay pocos baños públicos, los cierto es que nada justifica orinar en cualquier lugar, ni tampoco enseñarle tal práctica a nuestros niños, los hombres del futuro, ese futuro mejor al que aspiramos y que se construye en el hoy.