Texto y foto: Arlín Alberty Loforte
Aún cuando en la superficie la Tierra se divida en continentes, bajo el agua múltiples conexiones hacen del planeta una única cosa, así como la condición humana nos une en cualquier parte de este mundo.
Me encapricho en pensar que en El Caribe, las conexiones bajo el mar están casi en la superficie y son más fácilmente transitables, haciendo casi físicos los lazos que nos unen en el amor y en la Historia.
También me afirmo en la creencia de que cada quien a su manera tiene sangre de poeta,. La cuestión es trascender con su poesía, ya sea la del albañil o el intelectual, pero trascender.
Sin querer conocí a un hombre que trascendió en verso, pero en militancia revolucionaria y en acción también; que tenía una mezcla poderosa en vena y le pujaba en el carácter, y que de cubano y guantanamero había allí.
Anduve tras su huella en los pies de una familia que guarda el apellido Mir con el orgullo que da la misma sangre y el talento que le ganara el título de Poeta Nacional de República Dominicana a Pedro Julio Mir Valentín.
“Hoy estaría cumpliendo 100 años”, me dijo Rafael Aldo Isaac Mir, un primo hermano del poeta que vive en la parte oeste de la ciudad de Guantánamo, cuando el pasado 3 de junio toqué a su puerta para desempolvar recuerdos.
“Él era hijo de Pedro Celestino Mir Murgar, el hermano mayor de mi mamá, que fue ingeniero mecánico azucarero”, me cuenta este señor que le pide prestado a su memoria a medida que avanza la conversación.
Hijo de un cubano con la joven puertoriqueña Vicenta Valentín, el poeta vio la luz en la ciudad de San Pedro de Macorís en 1913.
El año 1930 fue el del despertar poético. Se inclinó tempranamente hacia la poesía social, al sentir de la gente, a la denuncia y a una conciencia caribeña como pocos, que se opuso abiertamente a la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo lo que le ganó el exilio. Ahí vuelve Cuba y el amor libertario corriendo por las venas.
“Entre el 45 y el 47, trabajó en la preparación de una expedición para irse a luchar en las montañas de su tierra contra Trujillo. Era perseguido por sus ideas y el Partido Comunista al que pertenecía lo sacó clandestino”, narra con voz pausada Rafael.
Pero cuenta además que en tierras guantanameras muy pocos lo conocieron como Pedro. Las premuras de la clandestinidad le obligaron a proteger su identidad tomando quien sabe si a Juan, Roberto, o Antonio por nombre.
“Vivió aquí en Limones, que pertenece a lo que es hoy el municipio Niceto Pérez, en la finca de un primo que se llamaba Emilio de la Rosa Mir, al que le decían Yuyí. Allí se entera de la muerte de Jesús Menéndez y es cuando ve la luz Tren de sangre, una elegía al líder azucarero”, advierte.
También me descubre que durante una visita a la abuela en 1944, que vivía en Pedro A. Pérez entre 2 y 3 Sur, en una casa que en ese entonces llevaba el número 104 y que hoy es 1318, escribió lo que sería su primera obra en Cuba. Su Soneto Oriental, se lo inspiraba una guantanamera a la que le decían Chunchi.
Quién iba a decirle a Úrsula Carnet Castillo, que a la edad de 13 años iba a servir de musa a quien sería con el tiempo el poeta nacional de Dominicana. El amor le sacaba estos versos al joven Mir para su flor de Guantánamo:
“Bebida por los ríos como un vaso de luna.
Morosa. Recorrida por los dedos de alguna mandolina
O guitarra de un trovador secreto”
El periódico Venceremos sería cómplice en 1991 de las letras del investigador Ernesto Pérez Shelton, quien publicara Soneto Oriental, inédito hasta ese entonces.
En Cuba vio la luz además una de sus creaciones más conocidas, Hay un país en el mundo, un canto a los oprimidos, a que se puede gestar un espacio para la libertad propia. Ese país estaba colocado en el mismo trayecto del sol, que a él se le apagara para siempre el 11 de julio del 2000, tras una larga enfermedad pulmonar.
Y no solo Rafael lo recuerda. Su hija Rosa Amelia, resalta los espejuelos en el rostro del hombre-poeta, y es como si ese aditamento para ver mejor y hasta el alma, se le hubiera quedado grabado desde aquella vez cuando solo tenía seis años.
Pero esta familia sabe del tesoro del legado de los Mir. Abel Alejandro, el hijo de Rosa Amelia, tiene el arte como información genética. Es graduado de Plástica y el rostro del Mir poeta, llega desde más de un rincón en aquella casa, vestido de acuarelas y con sus espejuelos haciéndole peculiar el rostro.
Mientras me despido, vuelvo a la Tierra y a sus conexiones ocultas, y a la fuerza de la sangre y las ideas. Así, el poeta que los dominicanos hicieran suyo para siempre se me descubría también como cubano y guantanamero, desde El Caribe, para el mundo y la poesía.