Una mosca pasea sobre la desnuda carne de un héroe, pero a nadie se le ocurre matarla. No en ese instante en que su irreverencia es notoria. ¿Acaso quien primero descubre que los héroes apestan no merece una disculpa? ¿La del héroe o la nuestra?
La mosca cree que pensamos que el héroe lo sabe y se afana una y otra vez en su irreverencia, a sabiendas de que nadie osará levantar la mano en su contra. Se equivoca. El héroe, como personaje literario, tiene licencia para espantarla. Pero si rompe las amarras de su estoica muerte, dejaría de ser un héroe. La mosca lo sabe. Y se aprovecha.
Un lector, conmovido ante la escena, cierra el libro de golpe. La mosca queda atrapada. Vencido el impulso de venganza, vuelve la página, comprueba la inmovilidad de la mosca, pasea, con total irreverencia, un dedo sobre la carne de la heroína. Pero a nadie se le ocurre matarlo. No en ese momento en que su irreverencia es notoria. ¿Acaso quien primero descubre que fabricar un héroe es tan fácil, no merece una disculpa?
El lector cree que pensamos que la mosca lo sabe y se afana en su irreverencia, a sabiendas de que nadie osará levantar la mano en su contra. Se equivoca. La mosca como personaje literario, tiene licencia para levantar el vuelo. Pero si rompe las amarras de su estoica muerte, dejaría de ser una heroína. El lector lo sabe y se aprovecha.
Quien escribe, conmovido por la escena, interrumpe el relato y cierra el libro de golpe. El lector queda atrapado. El escritor, vencido el impulso de venganza, vuelve la página, comprueba la inmovilidad del lector y pasea, con total irreverencia, un dedo sobre la carne del nuevo héroe.
La escena se repite. Sobre la hoja se amontonan los cadáveres. (Gran Premio del Concurso de minicuentos Dinosaurio 2004)