Por Adriel Bosch Cascaret
La visita de Obama a Cuba colma por estos días los titulares de los medios de comunicación dentro y fuera de Cuba y es el tema de moda dentro del cotilleo de cubanas y cubanos, con muy pocas excepciones.
En realidad, el hecho de que un presidente de Estados Unidos de América se encuentre desandando en nuestro suelo es algo que sobrepasa por mucho el imaginario en el que hemos sido formados, donde del Norte “revuelto y brutal” no aceptábamos ni migajas, y por eso la visita –segunda de un mandatario estadounidense a la Mayor de las Antillas a lo largo de la historia y primera en 88 años, es decir dentro de la Revolución y un buen poco más atrás- lo menos que puede tener es la categoría de gran suceso.
“Ahora sí se acaba el bloqueo”, escuché decir esta mañana a una señora bien entrada en libras y años, mientras un joven que la miraba le agregaba un matiz de duda a la idea “a ver que trae de bueno, porque con esa gente nunca se sabe”.
En general las personas han asumido bien la visita de Barack –algo, repito, impensable hace años atrás cuando pese a nuestra tanta cultura lo menos que hubiésemos hecho a cualquier cabecilla de nación de E.U.A. que pudiéramos tener delante sería mentarle a la madre-, porque pese a que la intensiones reales del presidente norteño no son buenas –ni tan siquiera lo oculta y por eso desde el mismo 17 de diciembre de 2014 dejó bien claro que era un simple cambio de método respecto a la intensiones de meterle la mano a Cuba-, al menos hace algo distinto a todos sus predecesores e impone algunas medidas que pueden “beneficiar” al país.
No por sus aspiraciones reales de entrar en los libros de historia y de dejar un legado en materia diplomática que marque su gestión, se puede decir que lo que hace Obama con el cambio de política a Cuba no merece su reconocimiento, al menos por el hecho de tener valor para hacerlo y la inteligencia para llevarlo a cabo en el momento justo, cuando dentro y fuera de su país muchos aires favorables soplaban y su segundo mandato iba llegando al punto y final.
Aquí en Guantánamo, donde a diferencia del resto de Cuba decir Estados Unidos, yanquis o Imperio no se remite a 90 o más millas, sino a unos pocos kilómetros, visible a lo lejos desde puntos altos para advertir su presencia prepotente y su eterno acecho a nuestra cotidianidad, mucha gente –por pura ingenuidad- hasta se hizo la idea de que Obama vendría a Guantánamo a dar un paseo por la ilegal base naval y hasta a ponerle fin.
Que le gente vea la visita como algo bueno y hasta santifique un poco a Oby (como un compatriota lo tituló por las redes), se entiende después de tantas carencias y de ese eterno discurso de que la culpa de todo lo malo era del bloqueo, porque él se ha proyectado abiertamente contra esa política.
Yo en realidad no confío ni un poco. No he vivido en el monstruo, no le conozco las entrañas pero con lo que he aprendido de toda una vida me basta por ahora. Más que agradarme su visita me causa temor, me enciende las alarmas y me obliga o no dormir tranquilo nunca más.
La visita de Obama, desde su “¿qué bolá Cuba?” bajando del avión hasta sus cercanos discursos a la llamada sociedad civil y la nación cubana, y su encuentro con la pequeña oposición asalariada (pagada desde los propios E.U.A.), me hacen dudar, me hacen ver que se ganará a la gente -como buen político del país de los espectáculos- y eso es malo, que nadie lo dude.
Desde el mismo triunfo de la Revolución en Cuba las batallas más duras por su mantenimiento vienen en un futuro cercano como unión de muchos fenómenos, y este acercamiento de Estados Unidos a Cuba, con la visita de Obama como punto inicial de penetración directa, solo agraviará el tamaño de los retos por venir.
El compañero Barack por estos días anda por aquí y yo como todos estoy bien pendiente, y si pudiera educadamente decirle algo, sería que mueva lo que peuda para que la porción de tierra guantanamera que su país usurpa desde hace más de un siglo sea devuelta a nosotros. La eliminación del bloqueo, tampoco falta en mis plegarias, pero como el resto de la Isla lo pone de primero, yo me doy el lujo de desplazarlo un poquito.
Veremos lo que nos espera.
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