Por estos días la ciudad de Guantánamo se alza como la capital mundial de la paz. No lo digo yo, lo hacen los activistas que luchan por la paz desde diversas naciones del mundo que en estos momentos se encuentran en la tierra del Guaso para sumar y aglutinar voluntades por esa causa justa y noble.
Primero, los días 20 y 21 de noviembre, acogimos la Reunión del Comité Ejecutivo del Movimiento Mundial por la Paz, con líderes internacionales que por primera vez participaron en una reunión de esta organización fuera de una capital nacional (tremendo privilegio para nosotros).
Y desde mañana 23 y hasta el 25, se desarrollará aquí el IV Seminario Internacional de Paz por la Abolición de las Bases Militares Extranjeras, un evento que reunirá a alrededor de 200 delegados de 25 países, con la particularidad de que más de la mitaad son norteamericanos y de que es el primero que se realiza tras el inicio del proceso de normalización de relaciones entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos.
Son días de unir voces por la paz, voces que tiene como escenario a la provincia más oriental de Cuba, mi Guantánamo, la tierra donde los EEUU mantiene ilegalmente su base militar más vieja fuera de sus fronteras nacionales, la misma que guantanameros y guantanameras más que nadie, queremos fuera porque esa porción de tierra y mar es nuestra, en esa zona se encuentran muchas de las esperanzas de desarrollo para los que soñamos para bien el futuro crecimiento y el mejoramiento económico y social en el extremo más oriental cubano.
Aquí van tres spot relacionados con este evento:
Fotos: Lorenzo Crespo Silveira y Leonel Escalona Furones
Guantánamo es más que la ilegal base naval yanqui que apresa parte de la gran bahía de bolsa que se adentra en el valle del mismo nombre: es un pedazo de Cuba que alberga un pueblo trabajador, una provincia llena de tesoros naturales y humanos, una ciudad casi desconocida hasta para el mismo nacional que resguarda arquitectura, historia, cultura, y gente humilde, mestiza, y afable.
Guantánamo es mucho más de lo poco que los mismos medios muestran de ello. Es un territorio casi virgen con casi cuatro quintos de su territorio repleto de serranías, con una naturaleza diversa, conservada y curiosa que une en un mismo territorio a las zonas más seca y lluviosa del país, al único semidesierto cubano y a los mayores bosques y biodiversidad del Caribe insular.
Aquí otra sugerente muestra de una pequeña parte de los encantos de mi Guantánamo.
Texto y fotos: Adriel Bosch Cascaret
La tarde se tornaba infortunada para Lorenzo, Arlín y yo. Después de huir de la “desconexión” en el periódico, decidimos ir en captura de Elsa, la madre de una buena amiga (más conocida como La Yisi), a quien le debíamos la visita colectiva, pero al llegar, la casa estaba cerrada.
Subimos al estrecho balcón, para percibir que la mata de maracuyá no bastaba para impedir el azote del fuerte sol guantanamero. Bajamos y decidimos esperar al frente unos minutos que casi se volvieron horas.
Nada que hacer. Ver a la gente que iba y venía encerrados en sus propias rutinas, un saludo amistoso por allá, alguien que tropieza con el bache de mediación de cuadra, un señor que viene peleando por carencias en la carnicería, y hasta una señora bien mayor que no dudó en ir a saludarnos y hasta sentarse con nosotros, compartiendo como si nos conociera de toda una vida.
De pronto, a Arlín se le iluminó el rostro, y con esa cara de pícara que pone cuando algo bueno se le ocurre, empuñó su bolso y sacó con demasiada solemnidad un pequeño libro.
-Ahora vamos a hacer algo útil- dijo ella con cargada emoción, y abrió aquel País de los viernes, que se volvió nuestra tarde.
Quizás en eso radica la magia de la poesía, en seducirnos con sus metáforas y versos, en hacernos pensar en las cosas buenas y malas, en hacernos desandar un camino de visiones e imaginación que mientras meno trillado, más feliz se adentra en nuestras entendederas.
La buena poesía tiene el don de embriagarnos y hacernos salir de nuestros problemas e introducirnos en la realidad del poeta, en esos mundos no siempre correctos que viven en él, en los pensamientos más recalcitrantes y en los benévolos y complacientes, en su yo propio, ese que muchas veces en los versos y estrofas contemporáneas se tornan demasiado ceñidas a los diccionarios, a lo rebuscado, como si la poesía no fuera para todos ( en eso todavía nuestros poetas tienden ser demasiado egoístas).
Esa tarde olió a poesía, la desenfundó Arlín, y venía de la mano de Alpidio Alfonso-Grau. Fue un primer encontronazo con su obra, pero supo bien, logró llevarnos del viejo portal, de la espera, y adentrarnos en su familia, en su vida, en sus subjetividades, en sus visiones.
A veces, ante tanto estrés y día a día, necesitamos tener nuestras pequeñas tardes de poesía.
Fotos: Lorenzo Crespo Silveira
Caimanera no es un pueblo costero cualquiera. Eso es algo que queda claro desde el mismo momento que para entrar necesitas tener un pase oficial del Ministerio del Interior.
Es zona restringida, y no por que allí el calor y el sol parecen más insoportables que en el resto de la provincia, sino por ser la vecina más cercana de la Base Naval que como pedazo cubano amputado a la fuerza, mantienen ilegalmente los yanquis en la entrada a ambos lados de la bahía de Guantánamo, la más crecida en tamaño y mejor ubicada de las del sur de Cuba, y la tercera con forma de bolsa más grande de nuestro planeta.
Camino a este marino poblado, hay que traspasar infranqueables puntos de control militar, y ya en las cercanías, la carretera se abre entre las salinas Frank País y Cerro Guayabo, casi rozando al sur con los cercas perimetrales y torres de vigilancia de nuestra Brigada de la Frontera, Orden Antonio Maceo, esa que custodia día y noche el tramo de tierra trampeada que separa el territorio cubano del estadounidense.
A lo lejos, tras cercas, torres y vegetación, se vislumbra parte de la Base: algunas carreteras, los radares, los grandes “ventiladores” eólicos y hasta lejanas edificaciones; un recordatorio permanente de la prepotencia imperial, al cual es imposible mirar sin pensar en aquellos que sabemos son torturados y maltratados en su prisión, y en que distinto podría ser Guantánamo económica y socialmente si su bahía fuera totalmente nuestra.
Luego de superar las montañas de sal, los espejos de agua de mar, el curioso cementerio ubicado en medio de la salina, y la línea ferroviaria, se llega al último punto de control, que da paso a una de las arterias principales del poblado, que en línea recta te lleva hasta la misma bahía, que ya por esa zona se abre en ensenada.
Vivir en Caimanera me imagino que como en todo lugar, tiene cosas buenas y malas. Lo bueno, a mi criterio: la posibilidad de respirar el aire marino, pescar pescados de verdad, de esos que el mar impide que tengan sabor a tierra, lograr que la sal no falte nunca en casa, poder contar casi siempre en los mercados con productos industriales y alimenticios que allí casi nunca falta por ser un municipio especial, el hecho de cobrar un 30 por ciento por encima de tu salario por peligrosidad, y el orgullo de habitar en la llamada Primera Trinchera Antiimperialista.
Lo malo: el hecho de ser pueblo chiquito y todo lo que eso implica, el sol que castiga como si estuviera incomodo con los caimanerenses, el calor insoportable que es el que motiva que el nivel de evaporación y bajas lluvias del entorno hagan de sus salinas las mejores del país, el hecho de que hasta los baches cuando se llenan de agua cristalicen como sal, y que cada noche haya que dormir con el enemigo justo al lado.
Pero al final, la apreciación de un “extranjero” nacional, no tiene mucha validez. Por algo su gente vive allí y el poblado ha crecido más respecto a aquel que 1958 fue liberado por las tropas rebeldes del II Frente Oriental Frank País, o que en 1886 recibió una real orden de la Corona Española para proceder a la extracción de sal.
Desandar sus calles de tierra o pavimento, visitar una de esas tantas casas e instituciones que se levantan del agua sobre pilotes, bañarse en la playa Tokio, que a falta de arena tiene granito y muelle, sentarse un rato bajo la poca sombra del parque Martí a jugar domino, escuchar algo de música estridente o unirse a los recitales poéticos que se acentúan con la llegada del verano; son parte del itinerario a seguir para descubrir sus latidos pueblerinos.
Así es la Caimanera que yo conozco, la que descubrí de niño cuando por tozudez me inscribí a la Academia Náutica Provincial, la que visitaba antes durante las vacaciones en las pequeñas incursiones en su hotel junto con mi familia, o las visitas periodísticas desde que logré superar los estudios universitarios.
Para compartir parte de lo que vimos en una reciente visita, un grupo de blogueros, twiteros y activistas de las redes sociales en Guantánamo, aquí van algunas imágenes.