Yo vivo en un sitio muy especial. Es el único lugar en Cuba donde cae nieve en invierno y los dependientes son siempre amables. Todo gracias a los Cuentos.
Sí, además de personas y animales, en mi ciudad viven Cuentos. Es culpa de ellos que todo sea tan loco aquí, y que a veces pasen cosas extrañas como cuando se detuvo el tiempo.
En el centro de nuestra plaza hay un enorme Reloj de Arena. Según el maestro de historia, el fundador lo construyó primero, y alrededor suyo hizo todo lo demás.
Claro, no es el único, para saber la hora hay montones de digitales, relojes de cuerda… Sin embargo, si no cae el granito de arena correspondiente no hay reloj que se atreva a caminar, porque en mi ciudad, las horas, los minutos y los segundos son muy respetuosos de la tradición.
Pues bien, un amanecer, el más preferido de los niños, decidió intervenir en este orden. Se transformó en un martillo gigante e hizo astillas el cristal del Reloj. Una ola de arena se regó por la ciudad, y las horas, los minutos y los segundos se lanzaron espantados detrás de los granitos, que saltaban alegremente después de encierro de siglos.
Para cuando se restableció una disciplina en el tiempo, el Sol, indiferente a magias y a cuentos divertidos, ya estaba apunto de irse a dormir. Nuestro Cuento favorito fue castigado y no lo vimos una semana completa, pero aquel día memorable no tuvimos que ir a la escuela. (Premio de la Editorial Gente Nueva, Concurso Dinosaurio 2004)