Texto y fotos: Adriel Bosch Cascaret
La tarde se tornaba infortunada para Lorenzo, Arlín y yo. Después de huir de la “desconexión” en el periódico, decidimos ir en captura de Elsa, la madre de una buena amiga (más conocida como La Yisi), a quien le debíamos la visita colectiva, pero al llegar, la casa estaba cerrada.
Subimos al estrecho balcón, para percibir que la mata de maracuyá no bastaba para impedir el azote del fuerte sol guantanamero. Bajamos y decidimos esperar al frente unos minutos que casi se volvieron horas.
Nada que hacer. Ver a la gente que iba y venía encerrados en sus propias rutinas, un saludo amistoso por allá, alguien que tropieza con el bache de mediación de cuadra, un señor que viene peleando por carencias en la carnicería, y hasta una señora bien mayor que no dudó en ir a saludarnos y hasta sentarse con nosotros, compartiendo como si nos conociera de toda una vida.
De pronto, a Arlín se le iluminó el rostro, y con esa cara de pícara que pone cuando algo bueno se le ocurre, empuñó su bolso y sacó con demasiada solemnidad un pequeño libro.
-Ahora vamos a hacer algo útil- dijo ella con cargada emoción, y abrió aquel País de los viernes, que se volvió nuestra tarde.
Quizás en eso radica la magia de la poesía, en seducirnos con sus metáforas y versos, en hacernos pensar en las cosas buenas y malas, en hacernos desandar un camino de visiones e imaginación que mientras meno trillado, más feliz se adentra en nuestras entendederas.
La buena poesía tiene el don de embriagarnos y hacernos salir de nuestros problemas e introducirnos en la realidad del poeta, en esos mundos no siempre correctos que viven en él, en los pensamientos más recalcitrantes y en los benévolos y complacientes, en su yo propio, ese que muchas veces en los versos y estrofas contemporáneas se tornan demasiado ceñidas a los diccionarios, a lo rebuscado, como si la poesía no fuera para todos ( en eso todavía nuestros poetas tienden ser demasiado egoístas).
Esa tarde olió a poesía, la desenfundó Arlín, y venía de la mano de Alpidio Alfonso-Grau. Fue un primer encontronazo con su obra, pero supo bien, logró llevarnos del viejo portal, de la espera, y adentrarnos en su familia, en su vida, en sus subjetividades, en sus visiones.
A veces, ante tanto estrés y día a día, necesitamos tener nuestras pequeñas tardes de poesía.