Por Adriel Bosch Cascaret
Fotos: Lorenzo Crespo Silveira
Las carreteras de Maisí, municipio extremo oriental de Cuba, con sus lomas y curvas dinamitaban el viaje de regreso a la ciudad de Guantánamo.
Eran cerca de las 4 de la tarde, y ya habíamos bajado varios de los niveles de la formación de terraza marina de ese cafetalero territorio. El carro de Gavilán raudo y veloz devoraba el pavimento y sorteaba los baches casi salvajes que no dejaban pegar el “ojo” en ningún momento.
De pronto, al filo de una curva, sobre el horizonte marítimo una mole neblinosa de tierra se dibujó para rápidamente desaparecer tras el verde follaje del monte vivo y tupido de ese apartado de las serranías guantanameras.
-Viste eso Lorenzo, ¿será Haití?- dije con ímpetu, a sabiendas por referencia de los lugareños, que en ciertos horarios del día se ven las montañas del vecino país, solo separado de nosotros por los 77 kilómetros del Paso de los Vientos.
-Temprano en las mañanas si se ve,-alega Gavilán, sin descuidar las manos del timón ni los ojos del camino y con la firmeza de quien los constantes viajes a la boca del caimán lo curten en conocimientos de la zona- y por las noches hasta aparecen algunas lucecitas, pero ahora el sol es muy fuerte. Veremos más adelante, aunque estemos más bajo.
Víctor, viejo periodista a quien pocas cosas le sorprenden, ni se inmutó por el reto. Mientras, Lorenzo por si las moscas, ajustaba su cámara fotográfica y ponía cara de quien estaba a punto de descubrir el agua fría.
Después de minutos de agonía y espera, en medio de una intimidante loma, se abrió un claro, y el extenso paisaje marino resaltó su azul, y allá, al final, unas tenues siluetas montañosas nos mostraban al pobre y hermano país, de donde salieron parte de nuestros ancestros y cultura: Haití.
-¡Tierra a la vista!- grité sin abrir los labios y rápido vino a mi la imagen prediseñada por tanta lectura de Salgari, donde algún marino colonial, vigilante en el punto de observación del mástil de su fragata, escudriñaba la línea divisoria entre agua y cielo buscando sus secretos, y de pronto, abriendo los ojos como pescado, solo atinaba a alzar los brazos y luego bajar gritando hacia el resto de la tripulación que como hormigas saltaban de alegría por todo el barco preparando los útiles para el desembarco.
En la proa, un grumete medio borracho caía al agua, y todos reían mientras le ayudaban, por saber cercana la posibilidad de alimentos, agua, baño abundante y sexo femenino, casi utópicos sobre aquella prisión de madera flotante.
El Susuki Samurai de Gavilán paró en medio de la curva. Todos nos precipitamos afuera, y con emoción impregnamos en la memoria aquella sorpresa que se alzaba tras las bambalinas del horizonte. Lorenzo, mejor equipado, la congeló en fotos.
A menos que fuera una ilusión óptica, ahora puedo decir que al menos mi vista pudo al fin viajar a otra nación real. Ahí supe por experiencia propia que el mundo no es solo lo que conozco por cuenta de otros, a través de la radio, la televisión, los libros, periódicos y revistas, el cine, la Internet, o los intercambios.
Ya se que mi archipiélago no es el invento solitario del sueño o la narración de alguien, tras el mar hay otras tierras, igualmente llenas de vida, muerte, esperanza, inconformidad, batallas vencidas o por librar, retos, logros, errores, rectificaciones y felicidad.
Hoy, Desde este lado de la isla comparte estas fotos con sus amigos y amigas. Llegan tarde, pero seguras.
Hoy, yo soy parte de los otros que te quieren mostrar que hay más mundo allende los mares, y esa visión desde Cuba, solo es posible por estas tierras orientales, casi ajenas a los medios nacionales, pero ricas en la virginidad de un entorno donde los secretos y sorpresas aguardan enredados entre los accidentes geográficos de la madre natura.